Compromiso y Experiencia

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domingo, 21 de julio de 2013

De profesión, taxista (pirata)

Conductores sin licencia hacen su agosto en la terminal T4 del aeropuerto de Barajas

El sector critica que no se persigue lo suficiente a estos vehículos irregulares

El botín de los ‘tironeros’ ronda los 3.000 euros

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Uno de los taxistas piratas negocia un posible traslado con un pasajero. / SAMUEL SÁNCHEZ
Joselito sale siempre a la calle con calzado deportivo. Calcula que le han agredido unas 15 veces en los últimos 10 años. Así que ahora, si puede, echa a correr. Este hombre menudo, que tiene 50 años y en realidad se llama Javier, lleva una década jugándose el tipo como tironero o taxista pirata en el aeropuerto de Barajas. Dice que la última vez le rompieron las costillas. Pero ni con ésas consiguieron quebrarle las ganas de ponerse al volante de su Peugeot 406. Asegura que su mujer y sus tres hijos le apoyan. “Yo solo me busco la vida”, se defiende sin dejar de vigilar su espalda, por si acaso.
Este tipo de conductores piratas ofrecen sus servicios a los turistas extranjeros que aterrizan en la terminal T2 o T4 del aeropuerto. Aunque su timón también suele dirigirse a la estación de Atocha y a algunos hoteles. Joselito dice que lo hace por vocación. Porque le gusta su trabajo. Los 70 litros de su depósito le duran apenas cuatro días. La maniobra de este pirata es siempre la misma: amarra su coche en el aparcamiento de la T4 y después aborda a los clientes en el vestíbulo: “¿Buscas taxi? Yo te llevo, ¡vamos!”. En unos 20 minutos ha cargado su coche. De esta manera, solo tiene que pagar 10 céntimos de aparcamiento, explica.
Las tarifas son cerradas, pero dependiendo del conocimiento del idioma pueden oscilar entre el timo o la estafa. Varios trabajadores de la T4 afirman, de hecho, que algunos conductores han llegado a cobrar hasta 120 euros por una carrera a la Puerta del Sol cuando esta no suele superar los 35, incluido el suplemento de 5,50 del aeropuerto. Se da la paradoja, además, de que a tan solo unos metros de donde actúan los tironeros, hay una máquina que ofrece precios orientativos de cada ruta: a Sol sale por 33,5 euros más el suplemento y con la tarifa 2 (2,35 euros de bajada de bandera).
“El truco está en el taxímetro”, explica uno de los taxistas que suele frecuentar esta terminal. Según dice, algunos de estos piratas han sido o son taxistas. “Por lo general, tienen varios coches. Si les retienen uno, sacan el otro. Y si no, su taxi particular. Lo que hacen entonces es jugar con las tarifas: empiezan con la 1 y al llegar al destino pasan a la 0, que la ponemos, por ejemplo, cuando nos equivocamos de ruta. Es una forma de parar el taxímetro, pero sin borrar la cantidad marcada. De esta forma, el total se acumula. Y el siguiente cliente, en vez de pagar solo la bajada de bandera [2,30 euros], comienza desde donde lo dejó el pasajero anterior. El último se lleva el bote”, revela.
Joselito solo tiene su coche, aunque reconoce que infla el precio unos 10 euros cuando puede. “A mí 45 euros por ir al Centro me parece una buena oferta”, reconoce sin tapujos.

Licencia para salir a ‘faenar’

Además de los taxis oficiales, los coches de alquiler con conductor pueden trasladar a pasajeros si tienen el correspondiente permiso de la Comunidad de Madrid. Estos vehículos han de cumplir una serie de requisitos, como no superar las nueve plazas, tener una potencia de entre 13 y 18 caballos de vapor fiscales o una longitud de unos cinco metros. Actualmente, hay 622 autorizaciones concedidas. La Ley de Ordenación del Transporte Terrestre establece, no obstante, que la propoción entre ambos sectores ha de ser de un coche de arrendamiento por cada 30 licencias de taxi. Hay 16.085, luego debería haber 536 autorizaciones. En 2009, se trató de liberalizar el sector, lo que acarreó numerosas protestas. El gremio considera que el asfalto está ya saturado: según sus cálculos, sobran unas 4.000 licencias.
Su truco es hacer muchas carreras cortas. Sobre todo a hoteles y prostíbulos. “Hay botones que me pagan 40 euros por cada cliente que llevo. Aunque los que más dinero me dan son los clubes de chicas: 60 euros si la persona está un mínimo de 30 minutos. Y 120 si está una hora. Eso, más la carrera claro”. Su botín llega a los 3.000 euros brutos. Todo en negro. Gasta unos 500 euros en total por la gasolina y el mantenimiento de su malogrado coche. “Me han pinchado las ruedas unas 30 veces”, estima.
El apodo le viene de su época de taxista. Antes de que le echaran de la flota, tras descubrir que era un pirata, este antiguo panadero interceptaba a los pasajeros en la antigua Estación Sur de Autobuses de Palos de la Frontera (Arganzuela). Según dice, se los llevaba a todos de calle: “Hace 10 años, tenía flequillo y me parecía más a Joselito”. Ahora también se da un aire, salvo por su alopecia y la nariz hundida. Pero conserva, en el fondo, la misma cara de niño. Aunque lo suyo no es una simple travesura: las multas por este tipo de prácticas van desde los 3.001 euros a los 18.000, en función de la reincidencia, según explican fuentes municipales. Este pirata, que tiene el coche a nombre de su mujer, ha tenido seis juicios por multas de 6.000 euros, cuenta. De los cuales, asegura que ha ganado cuatro “y las otras dos... bueno, ahí están”, desdeña.
La Policía Municipal afirma, no obstante, que este tipo de estafas son muy difíciles de detectar y, sobre todo, de probar; “especialmente cuando no se cuenta con la colaboración del pasajero”. Así, no hay una estadística concreta del número de piratas del asfalto.
Un 'tironero' ofrece sus servicios a un turista en la T4 de Barajas. / SAMUEL SÁNCHEZ
La Asociación Gremial de Auto-Taxi de Madrid los tiene, sin embargo, a todos fichados. La agrupación mayoritaria del sector considera que el Ayuntamiento podría hacer algo más. “El problema es que no hay un plan de inspección y un plan de sanciones en Barajas y Atocha, cuando este tipo de piratas son de sobra conocidos e incluso han agredido a taxistas. Nosotros lo hemos denunciado en multitud de ocasiones. Estos tipos no tienen ni el carné correspondiente ni el seguro adecuado. Están grabados por las cámaras del aparcamiento. La policía los conoce pero no hacen nada”, clama Julio Moreno, su presidente. Francisco Esteban, asesor de la Confederación del Taxi en España, va más allá: “Nosotros llevamos un seguro de accidentes y un seguro de responsabilidad civil de 50 millones de euros. Quien se monta con ellos pone en riesgo su cartera y su vida”.
Según el sector, en la Comunidad hay 16.085 taxis circulando. A las ocho de la tarde, el sol calienta todavía los motores de los 1.296 vehículos autorizados que aguardan su turno en la bolsa de taxis situada a kilómetro y medio de la T4. La terminal más grande. Es una espera lenta. Sofocante. Con suerte, estos taxistas saldrán a las dos horas de este parking de AENA, situado en tierra de nadie, para pasar a engrosar la fila de vehículos que recogerán, cuatro horas más tarde, a los pasajeros recién aterrizados. Aunque coger sitio en la cola no les garantiza que vayan a hacer una buena carrera.
Pedro es un habitual del corral, como llaman los asiduos a esta isla de cemento con un baño y una cafetería. Según explica, a la T4 vienen dos tipos de taxistas: los que tienen la vida resuelta y los hijos casados, “y les da igual sacar 100 euros que 80”, y los jóvenes que aún tienen que pagar su hipoteca. Él es de los segundos. Lleva 38 euros en todo el día y está nervioso. “Como para que encima vengan estos tíos y nos chuleen en nuestras narices”, se sofoca. A su lado, un grupo de taxistas juegan a las cartas sentados en sillas de plástico. Camisa abierta. Pecho canoso. Olor a puro. Y el mismo cabreo generacional. “Anda que no les habré repartido yo tortas a esos sinvergüenzas”, dice uno de los más veteranos sin perder de vista su jugada. “Está en juego el pan de mi hijo, con eso no se juega”, secunda Pedro. Este taxista factura limpios unos 1.200 euros al mes después de 12 horas diarias de kilómetros en sus riñones. Los gastos de su taxi ascienden a 1.500. En los últimos años, el sector ha visto rebajada un 40% su facturación. 22.000 familias comen del taxi. Pero ahora el taxímetro marca 60 euros menos cada día. “Cómo para no cabrearnos”, resopla.
En la cafetería no hacen precio especial a los taxistas. Los cafés se pagan a 1,29 euros y los bocadillos a 4,35. Sobre la barra, un taxista extiende varias fotografías: “Mira, este de pelo canoso es el Luckylú. Tiene tres coches y el taxi a nombre de la mujer para declararse insolvente. Ha tenido varios juicios pero siempre vuelve”. La rueda de reconocimiento continúa entre el ruido de tazas y platos: “A este le llamamos el Bienpeinao, siempre va engominado. Es de los violentos. Y este de aquí es el más tonto: el Joselito. Siempre que nos ve echa a correr”.
Los ánimos están caldeados. En mayo, uno de estos piratas agredió a un taxista que le recriminó lo que estaba haciendo. “Estamos hartos de que nos roben. Muchos de nosotros hemos hipotecado nuestra vivienda para comprar la licencia. A mí me costó 18.700.000 pesetas. Si este patrimonio se devalúa, nos quedamos sin casa. Encima, ahora parece que cualquiera puede ser taxista. Mira Internet”, se queja su compañero. Una simple búsqueda en Google de chófer particular arroja una fila de 3.320.000 vehículos anclados a la desesperación. Manuel, por ejemplo, se ofrece para regar las plantas y también a realizar traslados. “Pero al aeropuerto, no, que paso de líos con los taxistas”, explica por teléfono. Otros ofertan ese trayecto por 25 euros: “Vamos en mi coche, pero solo te caben dos maletas”.
Al lado de Joselito, son simples grumetes. A esta hora, las once de la noche, lleva 80 euros en el bolsillo. Ha captado a un vienés que ha aterrizado a las 22.20 procedente de Frankfurt (Alemania): “Buscaba un hotel”. Trabaja unas cuatro horas cada día de lunes a domingo y se resiste, en fin, a aparcar su vocación: “A mí que me denuncien pero que no me peguen”.


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